Turquía… as usual

Hola!
Vuelvo, para dejaros un artículo para la reflexión. Hoy, casualidades de la vida, compartí almuerzo con su autor José Ignacio Torreblanca. Muy simpático, y su lectura, muy recomendable.

Al margen de esta coincidencia, os dejo el artículo porque ya sabéis… el asunto de la candidatura de Turquía a la UE siempre me ha despertado interés. Esta vez no iba a ser una excepción. ¿No es muy triste que Tuquía haya perdido la fe en la UE?

En inglés se utiliza la expresión «sentir frío en los pies» (cold feet) para describir aquellas situaciones en las que nos invaden las dudas justo en el último minuto. Para los anglosajones, es la comezón que asalta a los actores antes de salir al escenario o a algunas parejas antes de pronunciar el «sí, quiero». Para los castizos, viene a ser la suerte taurina llamada espantá o, más técnicamente, «precipitarse hacia el burladero como alma que lleva el diablo».

Es también lo que le pasa a la UE con Turquía. Sesenta años después de que Turquía se convirtiera en miembro fundador del Consejo de Europa, todavía discutimos su europeidad. En 1963, en 1987, en 1999 y en 2005, es decir, en todas y cada una de las ocasiones que la UE ha tenido que manifestarse al respecto, ha confirmado que Turquía es elegible para ser miembro. Es más, la decisión de abrir las negociaciones de adhesión se tomó por unanimidad de los 25 asistentes al Consejo Europeo de diciembre de 2004 y fue refrendada por 407 votos a favor (y 202 en contra) en el Parlamento Europeo. Y sin embargo, como señala el reciente informe de la Comisión Independiente sobre Turquía, de la cual forman parte Martti Ahtisaari, Emma Bonino, Anthony Giddens, Michel Rocard y el español Marcelino Oreja, desde que comenzaran las negociaciones de adhesión en 2005, la UE y Turquía se han encerrado en un círculo vicioso de sospecha y desconfianza mutua.

Por un lado, la UE ha entrado en una aguda fase de introspección y dudas acerca de sí misma. Erróneamente, ha achacado todos los males relativos al fallido proceso de elaboración y ratificación de la Constitución Europea a los procesos de ampliación a los nuevos miembros de Europa central y oriental, prefiriendo concentrarse (en realidad, consolarse) con lo que algunos han denominado «una fase de consolidación». Pero detrás de esta retórica se esconde una realidad mucho más incómoda: que la llegada al poder de Nicolas Sarkozy y Angela Merkel en Francia y Alemania ha supuesto un giro de 180 grados en la política europea hacia Turquía. Frente a la posición de sus predecesores (Chirac y Schröder), ambos líderes han dejado claro en numerosas ocasiones su oposición a la adhesión de Turquía, prefiriendo en su lugar ofrecer a Ankara una «relación privilegiada». Pies fríos a este lado.

Por otro lado, en Turquía, la vocación europea flaquea como consecuencia de los continuos desplantes y desprecios de Bruselas. Contra todo pronóstico, los islamistas moderados de Erdogan adoptaron en un breve periodo de tiempo hasta 10 reformas constitucionales que buscaban alinear la Constitución turca con los requerimientos de la UE. Pero ante la falta de avance del proceso de negociación con la UE (en cuatro años sólo se ha cerrado un capítulo de los 35 de los que consta la negociación), la parte turca también ha perdido la fe en la UE. El resultado es sumamente preocupante: al comienzo, los islamistas moderados pensaron que la adhesión a la UE les ayudaría a consolidar su poder frente al Ejército y los partidos laicos. Hoy, sin embargo, los islamistas están consolidando su poder y buscando su institucionalización mediante métodos más ortodoxos (el control de los aparatos del Estado, el hostigamiento a los medios de comunicación críticos y la afirmación de los valores religiosos frente a las libertades públicas). Pies fríos también por allí, donde, según las encuestas, sólo el 30% de los turcos se siente europeo.

El resultado es que Turquía y la UE, en lugar de converger, se están alejando progresivamente debido a este círculo vicioso en el que la falta de incentivos debilita las reformas, lo que a su vez aleja a Turquía de la UE, y así sucesivamente. Se trata, en definitiva, de una profecía autocumplida: en 2004, un 73% de los turcos quería la adhesión; hoy sólo la apoya un 47%. Pero, reveladoramente, dos de cada tres turcos piensan que su país no logrará nunca ser miembro. Y a este lado, las cosas no tienen mejor aspecto, pues los europeos están mayoritariamente en contra de la adhesión, a razón de dos de cada tres en contra y sólo uno de cada tres a favor.

Que nadie cree que las negociaciones vayan a llegar a buen puerto es un secreto a voces en Bruselas. Y si nadie tira la toalla y rompe la baraja es porque ambas partes esperan que sea el contrario el que lo haga primero para así no tener que asumir los costes de haberse vuelto atrás. La adhesión de Turquía era un proyecto de la élite europea y de una minoría cosmopolita, pero la élite se ha echado atrás. Recomponer las relaciones después de semejante espantá será muy difícil.

Turquía, esperando por Nabucco

Yo siempre me he declarado favorable a la aceptación plena de la candidatura de Turquía como estado miembro de la Unión Europea. Geográficamente es una minoría de su territorio la que pertenece al continente europeo, pero pertenece. No sirve, en mi opinión el argumento de que “no pertenece” a Europa. Se puede lanzar a debate la idea de si Islandia forma o no forma parte. Sería interesante confrontar los argumentos. Yo estoy convencida de la conveniencia de ambas candidaturas.

Tengo la intuición de que quienes no quieren que Turquía forme parte de la UE tienen en mente otros argumentos que son, no obstante, más complicados de verbalizar, sin que suenen un tanto sospechosos. Parece que flota en el ambiente un cierto rechazo a incluir una potencia de 90 millones de personas, de mayoría musulmana y con una tradición cultural ciertamente alejada de la judeo cristiana que domina en los 27 Estados Miembro actuales. Eso supondría acabar con una “cierta” homogeneidad que no hizo peligrar, sin embargo, la mega-ampliación a los países del este, que de una tacada incluyó nada menos que 10 estados en una primera fase y 12 en total que, sinceramente y en la mayoría de los casos, no estaban preparados para entrar. Opino que esa ampliación debería haberse hecho de manera escalonada, que deberían haberse preparado mejor los países candidatos, sus economías, sus estructuras políticas y sociales, y sobre todo, la propia estructura de las instituciones de la UE que debería haber estado preparada para lo que se le venía. Es decir, todos aquellos criterios que se piden y se usan como argumento en el caso de Turquía y que en el pasado reciente optamos por usar algo más relajadamente. He oído decir con ironía a un buen amigo, joven político napolitano con –ESPERO- un gran futuro en la izquierda italiana, que no es entendible que, por poner dos ejemplos, Palermo o Nápoles (se podría decir Bucarest o Sofía) formen parte de la UE y no sea ese el caso de Estambul.

Lo que yo no acabo de entender es como las cabezas pensantes europeas, conservadores en su mayoría, no apuestan por Turquía como elemento estratégico de ampliación, cuando presenta “ventajas” indudables.

En primer lugar, pondría un pie EFECTIVO de la UE en el medio oriente, con una posición privilegiada de observadora de lo que pasa en Irak, en el avispero israelo-palestino, en Irán, Líbano, Siria… para qué seguir. ¿No sería más práctico mover las fuerzas de paz europeas desde Turquía? ¿No sería tremendamente más disuasorio nuestro “soft power” europeo asentados en Turquía? Las razones geopolíticas apuntan a una situación tremendamente conveniente.

Y si hablamos de la estrategia geopolítica en su aspecto energético, ahí no debería haber ninguna duda. Resulta que cada “1 de enero” Centroeuropa se despierta temerosa de que las frecuentes, regulares y casualmente invernales discusiones entre Ucrania y Rusia les hayan cerrado el grifo del gas de sus calefacciones. El gas que abastece a la mayoría de los países europeos sólo puede llegar por esa ruta… Pues no. Existe un proyecto, que se llama NABUCCO de nueva ruta del gas destinada a conectar la Región Caucásica, con grandes reservas de gas, y la región de oriente medio y Egipto con Bulgaria, Rumanía, Hungría y Austria pasando por Turquía. 3.300 kms. de gaseoducto que llegarían hasta el “corazón” de Europa, y de ahí, a donde se quiera.project_description_pipeline_route

El coste aproximado de la inversión: unos 7,9 billones de euros.

Se prevé la construcción en 3 fases. La primera empieza en 2011, supondrá 2000 kms construidos de gaseoducto, que permitirá el uso inicial mientras se completan las demás fase, y con ello el inicio del suministro de gas por una vía paralela. La fase dos empezaría alrededor de 2014 y en un año completaría el gaseoducto. La última fase supondría la mejora y construcción de estaciones compresoras etc.

Es una gran idea. Diversificar el suministro de energía y no depender del gigante ruso, y, por tanto, de que el grifo se abra y se cierre eventualmente a su paso por Ucrania, mientras somos capaces de diseñar un modelo energético europeo que dependa menos de los combustibles fósiles y contribuya a armar un modelo económico bajo en carbono que frene las consecuencias del cambio climático.

¿No sería estupendo que Nabucco, que es una gran idea y un gran proyecto, fuese una infraestructura que la UE, su gran beneficiaria, fuera capaz de controlar y supervisar en todas sus fases, siempre, porque Turquía fuese un estado miembro?

Yo estoy convencida de que sí. Es un ejemplo como cualquier otro de una de tantas ventajas de que Turquía forme parte de la UE.

Mientras, seguiremos animando a Turquía a que acometa las reformas que necesita hacer para poder dar cumplimiento a todos y cada uno de los requisitos para formar parte de la UE. Han avanzado pero todavía les queda mucho camino que recorrer en materia económica, de consolidación democrática, respeto de los DDHH, conflictos internos y territoriales, etc. Yo deseo para ellos, la misma oportunidad que tuvo España, que Europa les ayude a dar el salto cualitativo que necesitan para ser una potencia de peso y de progreso.

Espero que en el medio plazo los europeos podamos recibir a los 90 millones de turcos y de turcas con los brazos abiertos. Los míos, ya lo están.