Estas vacaciones estuve en casa de mis abuelos. Los 4 viven en pueblos del norte de la provincia de León, que no se caracterizan por su «hospitalidad climatológica» en invierno, cierto es.
Me comentaban, unos y otros, que de un tiempo a esta parte ya no tienen párroco al modo en que yo lo conocí. Es decir, un cura que compartían varios pueblos y que daba la misa del domingo y de algunos días por semana. Los rosarios, las novenas y esas cosas quedaban para la «organización de la comunidad». No era la fórmula ideal para pueblos que habían dispuesto cada cual de su propio cura, disponible en todo momento y a mano para cualquier emergencia, pero aprendieron a conformarse.
El caso es que ahora tampoco tienen párroco compartido. Vienen unas amables monjas que cantan y rezan con los parroquianos, y les acompañan. Porque parece que no hay curas disponibles. No abundan las vocaciones, cosa que se sabe desde hace tiemp0, y mandan a las monjas, que es lo que tienen a mano. Pero a mis abuelos no les parece bien. Las monjas son todo dedicación y empeño pero… ¡no pueden celebrar el sacramento de la eucaristía!. Y lo que quiere la gente de los pueblos es ir a misa, con su consagración, con sus confesiones, con su pack completo vaya.
Y yo me pregunto por qué perseverará la Iglesia Católica, ante su manifiesta falta de mano de obra masculina para cubrir las necesidades de sus feligreses (sus clientes al fin y al cabo), en su negativa a ordenar mujeres… Si, al fin y al cabo, o al menos en algunas parroquias de León, recurren a ellas para cubrir «sus vergüenzas»…