Hace una semana que la selección española ganó el Mundial de Sudáfrica.
El progreso de «la roja» fue un clásico: aterrizamos en modo «somos los mejores, vamos a comernos el mundo» y en lo que duró el partido contra Suiza el ánimo colectivo se vino al suelo… Para ir cogiendo carrerilla con el discurrir de los partidos. Igual que carrerilla cogió la venta de camisetas, de banderas, banderines, muñequeras, bolsos, etc etc. Vamos, una alegría inusitada del consumo en estos duros momentos de crisis, que algunos ratos se olvidaba aunque sólo fuera un poco…
Llamó mucho la atención el incremento de la venta de banderas de España, de las constitucionales, claro.
Yo nunca he sido nada folclórica en el tema de las banderas. Soy republicana convencida, pero no considero que lo sea menos porque no me envuelva en la tricolor a la menor oportunidad… Si un día se hace un referéndum tengo muy claro por qué causa haré campaña y cuál será el sentido de mi voto. Dudo que de ganar e instaurarse la República se cambiase de bandera…
Lo que me alegró mucho fue que se democratizara el uso de la bandera roja y amarilla, que había estado secuestrada desde la transiciòn por la derecha española. Mientras más inmovilista y reaccionaria más amor por envolverse en una bandera que consideraban suya en exclusiva, con la excusa de cualquier ocasión. Era más suya que de los otros, entendiendo que los otros somos los que no estamos en esa orilla ideológica…
Como si no hubiera, ni hubiera habido, republicanos de derechas…! En fin.
El caso es que los de un lado y los del otro lado del espectro ideológico sacaron sus banderas. Algunos ya las tenían (guardadas con el equipo de salir a manifestarse) y otros la compraron para la ocasión. El caso es que todos salieron contentos a celebrar y a brindar por un éxito colectivo.
Y la bandera fue de todos, por fin.