Yo siempre me he declarado favorable a la aceptación plena de la candidatura de Turquía como estado miembro de la Unión Europea. Geográficamente es una minoría de su territorio la que pertenece al continente europeo, pero pertenece. No sirve, en mi opinión el argumento de que “no pertenece” a Europa. Se puede lanzar a debate la idea de si Islandia forma o no forma parte. Sería interesante confrontar los argumentos. Yo estoy convencida de la conveniencia de ambas candidaturas.
Tengo la intuición de que quienes no quieren que Turquía forme parte de la UE tienen en mente otros argumentos que son, no obstante, más complicados de verbalizar, sin que suenen un tanto sospechosos. Parece que flota en el ambiente un cierto rechazo a incluir una potencia de 90 millones de personas, de mayoría musulmana y con una tradición cultural ciertamente alejada de la judeo cristiana que domina en los 27 Estados Miembro actuales. Eso supondría acabar con una “cierta” homogeneidad que no hizo peligrar, sin embargo, la mega-ampliación a los países del este, que de una tacada incluyó nada menos que 10 estados en una primera fase y 12 en total que, sinceramente y en la mayoría de los casos, no estaban preparados para entrar. Opino que esa ampliación debería haberse hecho de manera escalonada, que deberían haberse preparado mejor los países candidatos, sus economías, sus estructuras políticas y sociales, y sobre todo, la propia estructura de las instituciones de la UE que debería haber estado preparada para lo que se le venía. Es decir, todos aquellos criterios que se piden y se usan como argumento en el caso de Turquía y que en el pasado reciente optamos por usar algo más relajadamente. He oído decir con ironía a un buen amigo, joven político napolitano con –ESPERO- un gran futuro en la izquierda italiana, que no es entendible que, por poner dos ejemplos, Palermo o Nápoles (se podría decir Bucarest o Sofía) formen parte de la UE y no sea ese el caso de Estambul.
Lo que yo no acabo de entender es como las cabezas pensantes europeas, conservadores en su mayoría, no apuestan por Turquía como elemento estratégico de ampliación, cuando presenta “ventajas” indudables.
En primer lugar, pondría un pie EFECTIVO de la UE en el medio oriente, con una posición privilegiada de observadora de lo que pasa en Irak, en el avispero israelo-palestino, en Irán, Líbano, Siria… para qué seguir. ¿No sería más práctico mover las fuerzas de paz europeas desde Turquía? ¿No sería tremendamente más disuasorio nuestro “soft power” europeo asentados en Turquía? Las razones geopolíticas apuntan a una situación tremendamente conveniente.
Y si hablamos de la estrategia geopolítica en su aspecto energético, ahí no debería haber ninguna duda. Resulta que cada “1 de enero” Centroeuropa se despierta temerosa de que las frecuentes, regulares y casualmente invernales discusiones entre Ucrania y Rusia les hayan cerrado el grifo del gas de sus calefacciones. El gas que abastece a la mayoría de los países europeos sólo puede llegar por esa ruta… Pues no. Existe un proyecto, que se llama NABUCCO de nueva ruta del gas destinada a conectar la Región Caucásica, con grandes reservas de gas, y la región de oriente medio y Egipto con Bulgaria, Rumanía, Hungría y Austria pasando por Turquía. 3.300 kms. de gaseoducto que llegarían hasta el “corazón” de Europa, y de ahí, a donde se quiera.
El coste aproximado de la inversión: unos 7,9 billones de euros.
Se prevé la construcción en 3 fases. La primera empieza en 2011, supondrá 2000 kms construidos de gaseoducto, que permitirá el uso inicial mientras se completan las demás fase, y con ello el inicio del suministro de gas por una vía paralela. La fase dos empezaría alrededor de 2014 y en un año completaría el gaseoducto. La última fase supondría la mejora y construcción de estaciones compresoras etc.
Es una gran idea. Diversificar el suministro de energía y no depender del gigante ruso, y, por tanto, de que el grifo se abra y se cierre eventualmente a su paso por Ucrania, mientras somos capaces de diseñar un modelo energético europeo que dependa menos de los combustibles fósiles y contribuya a armar un modelo económico bajo en carbono que frene las consecuencias del cambio climático.
¿No sería estupendo que Nabucco, que es una gran idea y un gran proyecto, fuese una infraestructura que la UE, su gran beneficiaria, fuera capaz de controlar y supervisar en todas sus fases, siempre, porque Turquía fuese un estado miembro?
Yo estoy convencida de que sí. Es un ejemplo como cualquier otro de una de tantas ventajas de que Turquía forme parte de la UE.
Mientras, seguiremos animando a Turquía a que acometa las reformas que necesita hacer para poder dar cumplimiento a todos y cada uno de los requisitos para formar parte de la UE. Han avanzado pero todavía les queda mucho camino que recorrer en materia económica, de consolidación democrática, respeto de los DDHH, conflictos internos y territoriales, etc. Yo deseo para ellos, la misma oportunidad que tuvo España, que Europa les ayude a dar el salto cualitativo que necesitan para ser una potencia de peso y de progreso.
Espero que en el medio plazo los europeos podamos recibir a los 90 millones de turcos y de turcas con los brazos abiertos. Los míos, ya lo están.